domingo, 8 de marzo de 2015

Renaciendo de las cenizas

Por: Liliany Obando



Han transcurrido seis años y siete meses desde aquel 8 de agosto de 2008 en el que la tranquilidad de mi hogar se vio bruscamente alterada. Desde aquel día mi vida y la de mi familia no volvieron a ser las mismas. Perdí el trabajo, tuve que aplazar la universidad, suspender mis actividades en la militancia política, dejé de ver crecer a mis hijos y la vida misma se me fue de las manos.

Era un viernes cuando personal fuertemente armado de la Policía Nacional – DIJIN irrumpió en mi residencia después de haber cercado todo alrededor. Allanaron el lugar, es decir, profanaron nuestro espacio, lo filmaron todo, incluyendo a mis pequeños (ilegalmente). El capitán de la policía a cargo señaló: “la vamos a volver famosa nacional e internacionalmente”. Fue profundamente doloroso dejar ahí a mis seres queridos indefensos y al vaivén del destino. Horas después ya no tenía más mi libertad.

Fui sometida al escarnio público, expuesta ante los medios de comunicación que me mostraban como una peligrosa terrorista y además como la “amante” de un jefe insurgente. Claro, desde la perversión patriarcal de los organismos de inteligencia, siendo yo mujer, no podía ser sino eso, la amante! Entonces me vi vinculada en un proceso judicial pero con tinte político, que fue montado sobre un cúmulo de ilegalidades, como le ha ocurrido a miles de colombianas y colombianos de la oposición de izquierda, sólo con el propósito de silenciarnos.

Pasé del centro de detención de la policía a la reclusión de mujeres “el Buen Pastor”, vaya nombre para un lugar que de bueno no tiene nada. Estuve detenida sin haber sido condenada por casi cuatro años. Estando allí me fue negado en diez oportunidades el derecho a la casa por cárcel por ser madre cabeza de familia. El argumento: yo representaba “un peligro para la sociedad”.

En la reclusión me dediqué a hacer lo que dictaba y dicta mi conciencia, defender los derechos humanos, en esta oportunidad de quienes hemos tenido el infortunio de transitar por las inhumanas cárceles colombianas. Mi labor desató el odio de la guardia carcelaria y desde entonces no cesaron los hostigamientos.

En el año 2012 fui dejada en libertad provisional al reconocerse el abuso de la detención preventiva que me había tenido tras las rejas durante tanto tiempo. Durante ese corto tiempo de libertad fui amenazada, perseguida, mi familia fotografiada, señalada y puesta en riesgo. Ese estigma trae consigo irremediables consecuencias: Hay quienes, aun siendo cercanos, evitan el contacto con una ex presidiaria y algunos (as) otros (as), con algo de inmoralidad, hasta censuran tu presencia en espacios militantes. No te dan trabajo, pero hay que continuar viviendo.

Decidí entonces, aunque con la amargura de una nueva ruptura, alejarme temporalmente de mi familia y del entorno. Debía buscar trabajo para sostener a los míos en otro lugar y pensaba que estando lejos un tiempo, disminuiría la presión que pesaba sobre ellos.

Pero tuve la mala suerte de dar con unas personas que en lugar de ofrecerme su solidaridad me sometieron a una estadía tortuosa. Viví en carne propia lo destructiva que resulta ser la violencia contra las mujeres, en especial esa sutil, la que no te marca la piel pero en cambio te deja profundas cicatrices en el alma. Esa experiencia fue más traumática para mí que la propia cárcel…

El proceso judicial continuó. En el 2013 fui absuelta del cargo de “terrorismo” pero condenada por “rebelión” incluyendo el pago de una astronómica multa, que ni siquiera les imponen a los desfalcadores del erario o a los mafiosos. Curiosamente dejé de ser “un peligro para la sociedad” al reconocerse (cinco años después) que sólo era una mujer profesional con sus hijos a cargo, por lo tanto, podría cumplir el resto de la sentencia en la casa por cárcel.

Pero antes de que la prisión domiciliaria se hiciera efectiva, me “capturaron” nuevamente, aunque no me encontraba prófuga. Una vez más me sometieron a filmaciones y fotografías, esta vez posando al lado de miembros de las “fuerzas especiales” del ejército y del CTI, que aparecieron de la nada en el centro de detenciones. De nuevo la exposición mediática, de nuevo era la “amante” de un abatido jefe insurgente. Me recluyeron durante 15 días en los calabozos del tenebroso y extinto Departamento Administrativo de Seguridad – DAS – porque extrañamente en la Reclusión de Mujeres “el Buen Pastor” se negaron a recibirme. Tuve que recurrir a una huelga de hambre y pedir una veeduría internacional para que me trasladaran de esa nueva cárcel al lugar de mi residencia como establecía la sentencia.

Permanecí casi siete meses en prisión domiciliaria, superando todos los obstáculos que se pusieron en mi camino para evitar que se concediera a mi favor la Libertad Condicional a la que tenía derecho desde hace mucho tiempo atrás. Fue necesario de nuevo acudir a la solidaridad nacional e internacional y a la incansable faena de mis defensores para lograrlo.

Ahora me encuentro en libertad condicional, falta tiempo todavía para que la pesadilla termine y sea de nuevo realmente libre.

Recuerdo de nuevo al capitán pronosticando para mí la “fama”. Sí, es cierto, dejé de ser una mujer invisible. Pero lo que usted no previó, capitán, es que una mujer del pueblo se crece en las situaciones más difíciles. Sigo siendo la misma, sólo que ahora más empoderada. Ahora mi voz resuena, ya no se calla, y a través de ella hago lo posible para hacer visibles a las miles de mujeres y hombres y niñas y niños que sufren la exclusión y la injusticia en mi patria. Ahora más que nunca se reafirma mi compromiso con un pueblo que anhela vivir en paz. Ahora sé, capitán, que “no me arrepiento de nada”.

Marzo 1 de 2015

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