“Cuando Descubrió Que Estaba En El Infierno
Y No En El ParaisoEra Demasiado Tarde Para Huir
Y Se Dedicó A Incendiarlo”
Por: Elver Barreiro, prisionero político colombiano
La Tramacúa, Valledupar, Octubre 2 de 2014
Pintura: Víctor Libertad, ex prisionero político
El Congresista Iván Cepeda, dijo que entró a las profundidades del infierno, más solo vio el borde, el entorno, los condenados a recoger una gota de agua sobre sus excrementos, el olor a orines y heces fecales, cuerpos en descomposición, una nube de moscas, el depósito de seres humanos. Los indignos lugares a donde llegan las visitas, los rostros alucinados, las voces que inspiraban apaciguar su tormento, las manos que se extendían buscando tocarlo y hacerle volver la mirada.
Pero no alcanzó a ver el fuego interno que consume a esas almas, los demonios que atormentan en este lugar donde el azufre es el garrote y el gas. Cuerpos cubiertos de excrementos de cuatro días depositados en los canales de aguas, las moscas revoloteando en un suculento festín, la guardia rociando gas en sus rostros.
Una imagen que recuerdo cuando participé en la jornada de protesta del 2011: muchos compañeros de las diferentes torres cayeron de la estructura pidiendo atención psicológica y reventaron contra el piso. Las huellas de las torturas que afectan el estado mental, el sistema nervioso, los sentidos, la angustia la ausencia, la enfermedad de las rejas, la frustración, la impotencia, la desesperación, la incertidumbre, el desahogo, la exaltación de los sentidos. Los presos que cortan sus cuerpos con platinas y chuzos de hierro, los que se cosen los labios o digieren cuchillas, creolina o alcohol, se atan una soga al cuello buscando a través del dolor el descanso parcial o definitivo de una vida monótona. El desprecio a la humillación, a la tortura, al trato cruel e inhumano.
Hace rato que el coro de la iglesia cristiana gritó ¡gloria a Dios! Y siguieron los aplausos y los hermanitos se estrecharon las manos con una sonrisa beatífica. Es la forma de sentir paz espiritual.
Llega la tarde, el calor arrecia, la temperatura ha de estar en 36 o 38 grados, las paredes de las celdas hierven, el bochorno es desesperante. Dicen que en tierra caliente una persona debe disponer mínimo de 40 litros de agua, yo solo puedo acarrear cuatro canecas de 5 litros. Estoy encerrado, sudo a mares… Llegó la noche, la oscuridad se extiende como una sábana negra desde el cerro Murillo. En la distancia las luces de Valledupar son un resplandor, comenzó a soplar la brisa, el viento cálido choca con la Sierra Nevada y ésta lo devuelve fresco hacia el valle.
Los envases de gaseosa adecuados para orinar, colgados con piolas de las ventanas forman un tintineo discorde golpeando con las paredes del penal. Hace un momento los presos dejaron de tocar las rejas para que atendieran a un enfermo y en otra torre se escucha el grito de alguien.
Van cuatro años de sufrimiento de encierro en esta cloaca, hundido en la desesperanza. De mis familiares solo quedan sombras, recuerdos en la lejanía ¿Amigos…? No sé si los hubo. Unos vinieron los primeros días a ver la fiera enjaulada y no volvieron, pasó la novedad. El juez ha dicho que sólo me voy con pena cumplida, que no tengo beneficios.
Van varios años de desarraigo, de olvido. Tengo 34 años, aún tengo fuerzas, he envejecido un siglo, no sé si soy tan malo como dicen que he sido, es muy diferente lo que pienso a lo que dijeron los noticieros y los periodistas y lo que dictaminó el juez.
Tengo claro que no he llegado al fin del camino. Talvez mi único afecto era mi madre y hace años murió. No me permitieron verla. Soy considerado de “alta peligrosidad”, creo que los carceleros tienen dudas que me haya parido mujer alguna.
Una rutina indolente atender las necesidades básicas, esperar a que pase el día en el patio en medio del calor, volver a las cuatro paredes, bulla, alaridos, gritos, algarabía, horas eternas, sufrimientos, vida triste, tiempo muerto.
Los últimos rayos del sol caen en una esquina del patio, el día declina, las voces de los presos suben como un clamor, el borracho se asienta, el lugar queda silencioso, un sabor amargo y un dolor profundo taladran el alma.
La guardia abre la reja del patio y se despliega un operativo, cada preso por su lado comienza a ascender las escaleras del edificio rumbo a su celda.
La Tramacúa, Valledupar, Octubre 2 de 2014
Pintura: Víctor Libertad, ex prisionero político
El Congresista Iván Cepeda, dijo que entró a las profundidades del infierno, más solo vio el borde, el entorno, los condenados a recoger una gota de agua sobre sus excrementos, el olor a orines y heces fecales, cuerpos en descomposición, una nube de moscas, el depósito de seres humanos. Los indignos lugares a donde llegan las visitas, los rostros alucinados, las voces que inspiraban apaciguar su tormento, las manos que se extendían buscando tocarlo y hacerle volver la mirada.
Pero no alcanzó a ver el fuego interno que consume a esas almas, los demonios que atormentan en este lugar donde el azufre es el garrote y el gas. Cuerpos cubiertos de excrementos de cuatro días depositados en los canales de aguas, las moscas revoloteando en un suculento festín, la guardia rociando gas en sus rostros.
Una imagen que recuerdo cuando participé en la jornada de protesta del 2011: muchos compañeros de las diferentes torres cayeron de la estructura pidiendo atención psicológica y reventaron contra el piso. Las huellas de las torturas que afectan el estado mental, el sistema nervioso, los sentidos, la angustia la ausencia, la enfermedad de las rejas, la frustración, la impotencia, la desesperación, la incertidumbre, el desahogo, la exaltación de los sentidos. Los presos que cortan sus cuerpos con platinas y chuzos de hierro, los que se cosen los labios o digieren cuchillas, creolina o alcohol, se atan una soga al cuello buscando a través del dolor el descanso parcial o definitivo de una vida monótona. El desprecio a la humillación, a la tortura, al trato cruel e inhumano.
Hace rato que el coro de la iglesia cristiana gritó ¡gloria a Dios! Y siguieron los aplausos y los hermanitos se estrecharon las manos con una sonrisa beatífica. Es la forma de sentir paz espiritual.
Llega la tarde, el calor arrecia, la temperatura ha de estar en 36 o 38 grados, las paredes de las celdas hierven, el bochorno es desesperante. Dicen que en tierra caliente una persona debe disponer mínimo de 40 litros de agua, yo solo puedo acarrear cuatro canecas de 5 litros. Estoy encerrado, sudo a mares… Llegó la noche, la oscuridad se extiende como una sábana negra desde el cerro Murillo. En la distancia las luces de Valledupar son un resplandor, comenzó a soplar la brisa, el viento cálido choca con la Sierra Nevada y ésta lo devuelve fresco hacia el valle.
Los envases de gaseosa adecuados para orinar, colgados con piolas de las ventanas forman un tintineo discorde golpeando con las paredes del penal. Hace un momento los presos dejaron de tocar las rejas para que atendieran a un enfermo y en otra torre se escucha el grito de alguien.
Van cuatro años de sufrimiento de encierro en esta cloaca, hundido en la desesperanza. De mis familiares solo quedan sombras, recuerdos en la lejanía ¿Amigos…? No sé si los hubo. Unos vinieron los primeros días a ver la fiera enjaulada y no volvieron, pasó la novedad. El juez ha dicho que sólo me voy con pena cumplida, que no tengo beneficios.
Van varios años de desarraigo, de olvido. Tengo 34 años, aún tengo fuerzas, he envejecido un siglo, no sé si soy tan malo como dicen que he sido, es muy diferente lo que pienso a lo que dijeron los noticieros y los periodistas y lo que dictaminó el juez.
Tengo claro que no he llegado al fin del camino. Talvez mi único afecto era mi madre y hace años murió. No me permitieron verla. Soy considerado de “alta peligrosidad”, creo que los carceleros tienen dudas que me haya parido mujer alguna.
Una rutina indolente atender las necesidades básicas, esperar a que pase el día en el patio en medio del calor, volver a las cuatro paredes, bulla, alaridos, gritos, algarabía, horas eternas, sufrimientos, vida triste, tiempo muerto.
Los últimos rayos del sol caen en una esquina del patio, el día declina, las voces de los presos suben como un clamor, el borracho se asienta, el lugar queda silencioso, un sabor amargo y un dolor profundo taladran el alma.
La guardia abre la reja del patio y se despliega un operativo, cada preso por su lado comienza a ascender las escaleras del edificio rumbo a su celda.
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