Compartimos el libro “Desde adentro”, de María Tila Uribe y Francisco Trujillo, publicado en Bogotá por el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos en 1984.
Transmitir los pensamientos a través de la escritura no es tan fácil y yo no soy escritora. Me impuse la disciplina de escribir estas vivencias para contar algo sobre las cárceles colombianas y la vida de las prisioneras políticas, mi propia experiencia, debido a que muchas personas a quienes les relatara la vida en un lugar así me animaron a hacerlo , desde cuando me encontraba prisionera.
El tema les interesaba sinceramente, no había en ellos (compañeros, amigos, familiares y hasta desconocidos solidarios) curiosidad superficial por conocer de cerca lo que muchas veces se intuye o se adivina, sino un verdadero interés por asimilar tales experiencias.
Confío en que los hechos que voy a relatar, antes que para acumular anécdotas o sentimientos, puedan ser útiles en la configuración de nuevas y diferentes formas de mirarnos y mirar a los otros, aporten algo en la lucha por la transformación de las relaciones sociales y permitan establecer lazos más reales y positivos entre los grupos humanos para encontrar el verdadero sentido de la solidaridad frente a todas las formas de injusticia.
Al transcribir estas vivencias me esfuerzo por interpretar una realidad de la que muchas gentes participaron y participan ya sea como actores, observadores o principales testigos. Desde luego, otros deben continuar y reforzar esta labor por lo menos para que en el futuro se conozca este otro aspecto de la vida de nuestro pueblo, contado por nosotros mismos.
Hay mucho que contar y es lo que trato de hacer aquí valiéndome de los apuntes que elaboré en las distintas cárceles donde estuve detenida. Esos apuntes os escribí en cualquier lugar y a cualquier hora, pero principalmente en las celdas. De noche, muchas veces, sentía los pasos de los vigilantes y suspendía cambiando el lápiz por las agujas de tejer.
Para sacar poco a poco lo escrito, personas amigas ayudaron con sorprendente originalidad. Sin embargo, perdí muchos apuntes de las últimas etapas de cautiverio, incluso yo misma quemé o destruí varias veces o escrito porque era preferible, ante los riesgos de las requisas, por eso se observará que la extensión de la última parte es menor.
Al recopilar y ordenar lo que quedó ha aumentado escasas notas aclaratorias y desechado episodios interesantes, espinosos de plantear por diversas circunstancias. He revivido cuatro años de penurias, día a día, mes a mes, y por eso quiero hacer un especial reconocimiento a mi hija Esperanza quien llevó el principal peso de todo ese horrible itinerario de cárcel, así como a dos de mis hermanos: Sofía y Juancho. También me han venido a la mente todas aquellas personas y entidades que nos brindaron solidaridad sincera, con quienes los prisioneros políticos estaremos reconocidos siempre. Gracias a ellos y su solidaridad –que es amor al pueblo en la mejor de sus expresiones- recuerdo que en la soledad de la celda me parecía oír voces cariñosas, fraternales y en vez de arrugas en el ceño me asomaba a las rejas a buscar mi derecho a sonreír.
Sonreír y cantar, porque al margen de la detención, tortura y convalecencia de muchas compañeras prisioneras políticas –a quienes me referiré a lo largo del escrito- siempre nos persiguió la risa, posiblemente por estar construidas de optimismo y esperanzas, a pesar de estar rodeados de tristezas y de tragarnos tantas veces las lágrimas. Nosotras, recuerdo, los grupos de prisioneras políticas, como alguien lo ha dicho, nunca nos parecimos a un cortejo fúnebre.
Espero que a estos relatos no se les dé un valor distinto del que tienen: el deseo de una Colombia justa y digna ajena a policlasismos y absurdos privilegios y la condena franca a la barbarie, cualquier que sea la lucha que enfrenten los contendientes.
“En la cárcel está nuestro pueblo y un pedazo de nuestro país. En ningún otro sitio puede reflejarse tan bien su miseria, su tragedia, su impotencia y toda la corrupción y la evidencia de lo que es nuestra sociedad. Millones de colombianos ignoran la tremenda tragedia que significa vivir encarcelado y las proyecciones para familiares o para allegados.”
Por qué escribo este testimonio
Transmitir los pensamientos a través de la escritura no es tan fácil y yo no soy escritora. Me impuse la disciplina de escribir estas vivencias para contar algo sobre las cárceles colombianas y la vida de las prisioneras políticas, mi propia experiencia, debido a que muchas personas a quienes les relatara la vida en un lugar así me animaron a hacerlo , desde cuando me encontraba prisionera.
El tema les interesaba sinceramente, no había en ellos (compañeros, amigos, familiares y hasta desconocidos solidarios) curiosidad superficial por conocer de cerca lo que muchas veces se intuye o se adivina, sino un verdadero interés por asimilar tales experiencias.
Confío en que los hechos que voy a relatar, antes que para acumular anécdotas o sentimientos, puedan ser útiles en la configuración de nuevas y diferentes formas de mirarnos y mirar a los otros, aporten algo en la lucha por la transformación de las relaciones sociales y permitan establecer lazos más reales y positivos entre los grupos humanos para encontrar el verdadero sentido de la solidaridad frente a todas las formas de injusticia.
Al transcribir estas vivencias me esfuerzo por interpretar una realidad de la que muchas gentes participaron y participan ya sea como actores, observadores o principales testigos. Desde luego, otros deben continuar y reforzar esta labor por lo menos para que en el futuro se conozca este otro aspecto de la vida de nuestro pueblo, contado por nosotros mismos.
Hay mucho que contar y es lo que trato de hacer aquí valiéndome de los apuntes que elaboré en las distintas cárceles donde estuve detenida. Esos apuntes os escribí en cualquier lugar y a cualquier hora, pero principalmente en las celdas. De noche, muchas veces, sentía los pasos de los vigilantes y suspendía cambiando el lápiz por las agujas de tejer.
Para sacar poco a poco lo escrito, personas amigas ayudaron con sorprendente originalidad. Sin embargo, perdí muchos apuntes de las últimas etapas de cautiverio, incluso yo misma quemé o destruí varias veces o escrito porque era preferible, ante los riesgos de las requisas, por eso se observará que la extensión de la última parte es menor.
Al recopilar y ordenar lo que quedó ha aumentado escasas notas aclaratorias y desechado episodios interesantes, espinosos de plantear por diversas circunstancias. He revivido cuatro años de penurias, día a día, mes a mes, y por eso quiero hacer un especial reconocimiento a mi hija Esperanza quien llevó el principal peso de todo ese horrible itinerario de cárcel, así como a dos de mis hermanos: Sofía y Juancho. También me han venido a la mente todas aquellas personas y entidades que nos brindaron solidaridad sincera, con quienes los prisioneros políticos estaremos reconocidos siempre. Gracias a ellos y su solidaridad –que es amor al pueblo en la mejor de sus expresiones- recuerdo que en la soledad de la celda me parecía oír voces cariñosas, fraternales y en vez de arrugas en el ceño me asomaba a las rejas a buscar mi derecho a sonreír.
Sonreír y cantar, porque al margen de la detención, tortura y convalecencia de muchas compañeras prisioneras políticas –a quienes me referiré a lo largo del escrito- siempre nos persiguió la risa, posiblemente por estar construidas de optimismo y esperanzas, a pesar de estar rodeados de tristezas y de tragarnos tantas veces las lágrimas. Nosotras, recuerdo, los grupos de prisioneras políticas, como alguien lo ha dicho, nunca nos parecimos a un cortejo fúnebre.
Espero que a estos relatos no se les dé un valor distinto del que tienen: el deseo de una Colombia justa y digna ajena a policlasismos y absurdos privilegios y la condena franca a la barbarie, cualquier que sea la lucha que enfrenten los contendientes.
Leer "Desde adentro" de María Tila Uribe y Francisco Trujillo: