“La
autonomía de la Universidad es, Esencialmente,
la
libertad de
enseñar, Investigar y difundir la Cultura. Estas funciones
Deben respetarse. Los Problemas
académicos, Administrativos y políticos
internos deben ser Resueltos exclusivamente por los Universitarios En ningún caso es admisible
la intervenciónde agentes exteriores, y por
Otra parte el cabal ejercicio
de la autonomíarequiere el
respeto a los recintos universitarios. La educación requiere
de la libertad. La libertad
requiere de la Educación”
Javier Barros Sierra Rector de la UNAM (1968)
Javier Barros Sierra Rector de la UNAM (1968)
En 1936, siendo rector de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno
–pensador poco
proclive a la causa republicana y cuyas ideas despertaban la admiración de los jóvenes de la falange española-
en un solemne acto celebrado
en el paraninfo de esta universidad y, ante las provocaciones del general
Millán, que acompañado de sus numerosos
seguidores coreaba la consigna
“Abajo la Inteligencia” “Viva la Muerte”,
el filósofo vasco –en un gesto de indignación- le replicó:
“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote, estáis profanando su sagrado recinto. Vencereis porque
tenéis sobrada fuerza
bruta, pero no convenceréis”.
Fue inevitable pensar
en estas palabras,
cuando el pasado 12 de septiembre, llegó a mi correo institucional la resolución que me destituye del cargo como profesor asociado del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. El oficio que me fue comunicado por la Secretaría General y que viene acompañado de su firma, señala de manera lacónica
que: “En cumplimiento de lo ordenado
por la Procuraduría General de la Nación, se hace necesario hacer efectiva la sanción impuesta al profesor
Miguel Ángel Beltrán Villegas (subrayado mío)”. Por la forma en que está redactado el documento infiero que como rector de la Universidad Nacional, asumió Usted que era su deber ceñirse
a los marcos normativos
que le imponía la ley, en este caso, limitarse a ejecutar las actuaciones del señor Procurador
General de la Nación.
Sin
duda, profesor Mantilla,
su argumento me deja vencido
pero no me convence
porque – como diría
nuevamente Unamuno-
“Para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitaréis
algo que os falta: razón y derecho en la
lucha”.
Y es que en el campo del debate intelectual los temas en conflicto no pueden despacharse con un simple “no me dejaron otra alternativa” pues es precisamente en la controversia de ideas donde radica el sentido
mismo del quehacer
académico e intelectual. Los designios divinos no se cuestionan; sin emabargo,
el verdadero intelectual –diría Said- es ante
todo un ser secular
y su eticidad no puede sustraerse de “este nuestro mundo secular: ¿dónde tiene lugar? ¿al servicio
de qué intereses está? ¿cómo concuerda con una ética coherente
y universalista? ¿cómo distingue entre poder y justicia? ¿qué revela de las propias
opciones y
prioridades?”.
La respuesta fáctica que Usted ha dado al interrogante de si en su condición
de rector debía o no acatar el fallo de segunda instancia
del procurador, han dejado al desnudo
los principios que sostiene,
defiende y representa, y que, ahora queda
claro, no son precisamente los de la autonomía universitaria, un derecho
social y cultural, garantizado por el artículo
69 de la Constitución Política de Colombia
y que, en términos de un destacado jurista, tendría
que haber sido ampliamente protegido frente a la asignación de una función represiva
del Estado, que debería ser restrictivamente aplicada” (Jorge Ignacio Salcedo, 2014)
La autonomía universitaria no surgió de una convicción que tuvieran
las élites ilustradas en cuanto a la necesidad
de resguardar la esfera del conocimiento de interferencias externas a ella. En América Latina, por lo menos fue el resultado
de meses de huelgas, paros universitarios y movilizaciones callejeras que exigieron
una profunda renovación estructural del Alma Mater en el contexto
de una lucha por la democratización de sus propias sociedades. El Manifiesto Liminar de este movimiento, que ha pasado a la historia como el
“Manifiesto de Córdoba” así lo reconoce:
“Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente […] representan también la medida
de nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño artero
que pretendía
filtrarse con las apariencias de la legalidad”
Bajo la inspiración de Córdoba
(1918), la reforma
universitaria con sus reivindicaciones fundamentales de autonomía, libertad de cátedra,
y democracia universitaria se alcanzó en casi todo el continente latinoamericano teniendo como costos, en no pocos casos, la persecución, el crimen y el
exilio de sus promotores. El cubano Julio Antonio Mella asesinado por la dictadura
de Machado y el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre exiliado
por el gobierno
de Augusto Leguía,
para sólo nombrar algunos
casos representativos, constituyen una expresión
de este proceso.
Dolorosamente, gracias a estas movilizaciones se logró garantizar que las universidades se constituyeran en centros
de producción de conocimiento crítico, independientes de la
interferencia de los poderes hegemónicos.
No es un azar, entonces,
que gobiernos autoritarios y dictatoriales hayan hecho
de la autonomía universitaria uno de sus blancos
preferidos. Lo cual no ha obstado
para que quienes
han regido los destinos
de las universidades en estas difíciles circunstancias, - independientemente de la orilla ideológica en que se ubiquen-
hayan entendido la responsabilidad que les asiste de defender
la autonomía universitaria. A este respecto no puedo menos que recordarle la digna conducta asumida por el entonces
rector de la Universidad de Buenos
Aires (UBA-Argentina), Alberto Constantini, quien aun siendo
designado directamente por la Dictadura Militar
del general Jorge Videla,
prefirió dimitir
de su cargo pocos días después de su posesión,
antes que someterse
a las imposiciones del ministro
de educación de aquella época. En su carta de renuncia
señaló Constantini que “la autonomía académica y la libertad de cátedra
son irrenunciables. La universidad debe defender ambos principios de toda deformación, pues definen también
una vocación de democracia para la cual debe prepararse a la juventud” (El Litoral, 14 septiembre de 1976, p. 1).
Aunque formalmente en nuestro país todavía existe un régimen
“democrático” y no el totalitarismo dictatorial que estremeció a la Argentina de aquellos
años, no esperaba de Usted un gesto similar, aunque estaba
expectante que mínimamente abriera espacios de debate y discusión frente al tema, donde tuvieran cabida la pluralidad de voces que desde,
diferentes ángulos de la comunidad universitaria venían exhortándolo –con argumentos jurídicos y académicos- se abstuviera de hacer efectivo
el fallo sancionatorio del señor procurador
Alejandro Ordoñez.
En
su sesión del 5 de septiembre y contando
con un quórum decisorio del cual Usted no participó, el Consejo de Sede expresó su preocupación por la “decisión
de la Procuraduría de sancionar un pensamiento divergente, distinto,
en un régimen
propio de un Estado Social y Democrático de Derecho, al disciplinar al profesor
por los mismos tipos de transgresión que la justicia
penal ha declarado inexistentes”, al mismo tiempo que advertía
como “con estas decisiones el consejo ve amenazada la autonomía de la universidad, la libertad
de cátedra e investigación y los derechos de los miembros de la comunidad
académica. En consecuencia, el consejo solicita un trato adecuado y justo con los principios de justicia y libertad para el profesor Miguel Ángel
Beltrán Villegas”.
Planteamientos similares se hicieron
desde el Departamento de Sociología, la Decanatura de Ciencias
Humanas, así como desde el Consejo Académico de la Universidad, para no hablar de las decenas
de cartas que miembros
de la comunidad universitaria nacional e internacional le enviaron a Usted solicitándole la no ejecución de la sanción que me impuso la Procuraduría
General de la Nación, en fallo de Segunda Instancia.
En
un agudo y valeroso
artículo, publicado pocos días antes que Usted fuese notificado del fallo del Procurador, advertía el profesor
Leopoldo Múnera:
“sólo el Rector de la Universidad Nacional, en un acto de dignidad en defensa de la autonomía universitaria y de la libertad
de cátedra, expresión y pensamiento puede negarse a ejecutar la decisión
de la sala disciplinaria por
considerarla ilegal y contraria
a la Carta Política. Con tal propósito puede acudir a la excepción de inconstitucionalidad contenida en esta norma fundamental, que es aplicable
a los fallos disciplinarios y tiene fundamento en su artículo
4: “La Constitución es norma de normas.
En todo caso de incompatibilidad entre la Constitución y la ley u otra norma jurídica, se aplicarán
las disposiciones constitucionales”(Palabras
Al Margen, agosto 25 de 2014)
Pero para Usted era más conveniente escuchar los argumentos de sus asesores
y de algunos
colegas de la Facultad de Derecho que suelen revisten
sus conceptos de solemnes
formas jurídicas con las que pretenden
velar su adscripción al statu quo. Interpretaciones críticas como la del profesor Leopoldo Múnera, resultan incómodas a sus conciencias. Quizás por ello el Consejo
Superior Universitario –cuya composición no refleja los intereses de la comunidad universitaria- haya desistido de nombrar como rector a quien obtuvo
la mayor votación en
la consulta hecha entre estudiantes, profesores y egresados.
Pero seamos claros, no es la primera
vez que Usted hace una renuncia
explícita a la autonomía universitaria al menos en lo que concierne
al campo de lo disciplinario, pues le recuerdo que en
el paro pasado de los trabajadores administrativos, Usted
se comprometió – en un
legítimo ejercicio de autonomía- a no investigarlos disciplinariamente, no obstante,
pocos días después no vaciló en señalar
que: “La autonomía universitaria, uno de nuestros mayores valores, se debe usar responsablemente y no puede ahora invocarse como escudo para
adelantar actos vandálicos
y
mucho
menos
para
evadir
las acciones que
la Procuraduría General
de la Nación o cualquier otro ente de control esté obligado
a llevar a cabo” (comunicado 13 septiembre de 2013. Subrayado
mío)
Acaso, no es esta una confesión
de parte suya en el sentido que el Procurador
está en todo su derecho de disciplinar a miembros
de la comunidad universitaria, con los cuales
se ha sentado
Usted a dialogar para superar
el conflicto laboral?
Diálogo que -valga la aclaración- surge luego de meses de parálisis de la actividad universitaria. Porque aunque en sus comunicados y discursos
condene las vías de hecho, Usted las ha propiciado cerrando posibilidades para que la acción
dialógica pueda ejercerse.
En numerosas
ocasiones un grupo de colegas
buscó infructuosamente reunirse con Usted para conocer su punto de vista acerca de esta problemática y plantearle posibles
salidas jurídicas y
académicas al tema; en el mismo sentido, los estudiantes hicieron gestiones para entrevistarse con Usted, pero esto no fue posible.
Sólo ahora, que se ha hecho efectiva mi destitución, ofrece el espacio para que un grupo
de representantes estudiantiles pueda hablar con Usted. Pero una vez más esta “concesión” no fue fruto de la racionalidad comunicativa que invoca en sus discursos, sino el resultado
de una manifestación de estudiantes que ingresaron al edificio y, tras una larga “negociación” firmaron
conjuntamente un acta de mediación
que comprometía a delegados estudiantiles y directivas de la Universidad Nacional.
Qué los estudiantes para hablar con su rector tengan que ocupar un edificio
y firmar un acta de “negociación”
en presencia de la División de Vigilancia y Seguridad, y con la intervención de delegados
de la personería distrital, es una clara muestra
de la precaria
democracia universitaria existente hoy en la Universidad Nacional.
¿Estas son las discusiones abiertas, críticas y constructivas con los estudiantes y profesores que usted propone en su carta de presentación a la comunidad? ¿Es por esta vía autoritaria como aspira Usted convertir la Universidad Nacional de Colombia
en una universidad de talla internacional? ¿Son estos los espacios deliberativos que ofrecerá para debatir asuntos tan delicados
para el futuro
de la universidad como la Propuesta
de Política Pública
para la Excelencia de la Educación
Superior en Colombia
en el escenario de la Paz”, mal llamado “Acuerdo
por lo Superior 2034”?
A
propósito de “escenarios de paz”, hace ya casi dos años, en su discurso
de presentación del centro
de pensamiento y seguimiento a los diálogos de paz entre el Gobierno
y guerrilla afirmó Usted que: “La UN, en cuanto universidad del Estado y de la Nación,
no puede ser indiferente a este proceso o actuar
tan solo como observadora. A partir de la investigación y del conocimiento acumulados, la academia tiene mucho que aportar
a este proceso: desde la caracterización de las problemáticas que se abordarán
en el marco de la negociación hasta la formulación de propuestas viables para su resolución”, y enseguida
explicó que “En esta tarea,
es tan valioso
el aporte de los profesores del campo de las ciencias sociales
como el del sector técnico-tecnológico; especialmente
si se tiene en cuenta el posconflicto, que es el campo de
mayor relevancia”.
¿Pero esta participación activa que Usted reclama de la universidad hacia el actual proceso de paz supone que todos debamos
plegarnos a las corrientes de interpretación dominante para aparecer suficientemente equilibrados, amparados en una sediciente neutralidad académica? La
política de “simetrías” en la cual se admite, por ejemplo,
el derecho de denunciar
la violencia de una parte, siempre y cuando se condene
“simétricamente” la que procede de la otra parte es, a mí juicio, un camino cómodo que han adoptado muchos
académicos para evadir el imperativo ético de tomar postura frente a claras situaciones de arbitrariedad, exclusión y persecución, y –en una sociedad como la nuestra, atravesada por un agudo conflicto social
y armado- les permite
rehuir de su confrontación con el poder para recoger
las dádivas que éste les
ofrece.
Por
el camino de las políticas
de las simetrías, se ha buscado
uniformizar el análisis
del conflicto armado. Así, la difusa conceptualización de “actores
armados” en la que se incluyen
tanto paramilitares (hoy llamados
eufemísticamente “Bacrim”), fuerzas militares y guerrillas, sin diferenciar sus orígenes,
modalidades de acción, objetivos
estratégicos, es parte de esta interpretación oficial que, de una u otra forma recoge el reciente
informe del centro de Memoria
“Basta Ya” y que pretende ser una visión “objetiva” del mismo:
“En Colombia, el conflicto armado –afirma el mencionado informe- no tiene una modalidad
de violencia distintiva. Los actores
armados enfrentados han usado y conjugado
todas las modalidades de violencia. Todos han desplegado diversas modalidades y cometido
crímenes de guerra y de lesa humanidad, haciendo a la población
civil la principal víctima
del conflicto”.
Por esta vía, no es difícil
concluir que “todos aquellos
que consideremos que las FARC tienen
un origen campesino, que tienen
un proyecto político,
que merecen un tratamiento político, somos miembros de la organización armada (aun sin saberlo,
pues estamos ideológicamente al servicio de la organización armada”, tal como nos lo advierte
la profesora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), María Teresa Pinto, en sus investigaciones sobre Intelectuales, Guerra y Paz. Coincidimos con - Said- en que “el intelectual no es un funcionario ni un empleado completamente entregado a los objetivos
políticos de un gobierno
o corporación importante, o incluso de un gremio de profesionales de igual sentir”. Es por ello que el principio
fundamental que debe mover la actividad
intelectual es la libertad
incondicional de pensamiento y expresión, principios que Usted acaba de entregar
a las manos del tribunal
de la inquisición que hoy regenta la Procuraduría General de la Nación.
En su discurso de apertura,
del Foro sobre Política
de Desarrollo Agrario Integral destacó Usted el aporte académico
e investigativo que la Universidad Nacional ha hecho a lo largo de la historia de Colombia en el análisis
de los fenómenos que genera la violencia; particularmente se refirió
a estudios que fueron pioneros en la investigación de la violencia
bipartidista, como el realizado por los profesores
Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña
Luna y Monseñor Germán Guzmán.
Seguramente recordará que los autores de este informe
fueron calificados en su momento
de “apologistas de la violencia” (El Siglo, septiembre 15/1962), y en el climax
de la intolerancia el sociólogo
Orlando Fals Borda fue descalificado por su filiación religiosa.
Mutatis Mutandis se trata de las mismas acusaciones que ha formulado la Procuraduría en contra de mis investigaciones en torno al conflicto colombiano cuando, luego de extrapolar una serie de citas concluye “nada más claro en estos escritos que la defensa,
por parte del funcionario público, del grupo alzado en armas FARC, de las cuales destaca su proyección política, difunde su
programa agrario, resalta su ideología
y sus luchas, y en contraposición, de una manera frontal […]amonesta a los gobiernos y al Estado Colombiano que, a su juicio, busca la deslegitimación de la insurgencia armada y la eliminación del derecho a la resistencia social y política,
la cual escuda como un derecho
consagrado a lo largo de los siglos” (Fallo Procuraduría
General de la Nación, Segunda
Instancia ).
No cabe duda que los fallos y las decisiones disciplinarias que ha tomado el procurador Alejandro Ordóñez, en los años que ha estado al frente de este ente estatal están permeados
por sus creencias religiosas y sus convicciones ideológicas: ¿Permitirá, señor rector,
que sean disciplinados/as por este funcionario, aquellos/as docentes
que en sus cátedras defiendan la interrupción del embarazo como el derecho de la mujer a decidir
sobre su cuerpo y su vida reproductiva? O se pronuncien libremente sobre cualquier
otro aspecto de la vida social
que riña con el fanatismo
religioso del Procurador y que éste considere
sea susceptible de ser sancionado disciplinariamente? Quisiera pensar que no, pero más allá de que así sea, tengo la certeza que la comunidad
académica no lo permitirá, porque es en ella donde reside, la verdadera autonomía universitaria y no en un funcionario universitario que ha sido electo
sin contar con la participación decisoria de la comunidad.
Lo contrario sería retroceder hasta 1946, cuando un eminente
pensador colombiano, el profesor Luis López de Mesa, se vio obligado
a suspender un ciclo de conferencias con las cuales se inauguraba la Facultad
de Filosofía de la Universidad Nacional, a causa de que en una comunicación dirigida al entonces
ministro de educación, Germán Arciniegas, el arzobispo de Bogotá,
Ismael Perdomo había expresado
su desacuerdo con que López de Mesa defendiera “las ya anticuadas hipótesis que tratan de explicar el origen del hombre
mediante un falso evolucionismo, en abierta oposición
con las enseñanzas católicas sobre la materia”.
Como, según se ha anunciado, el conocido
Profesor continuará la exposición de tales teorías, y es deber mío velar por la integridad de la doctrina
que se enseñe en cuestiones que se rocen
con la Religión,
desearía no verme en la penosa obligación de desautorizar las anunciadas conferencias, con detrimento del buen nombre
de la Universidad
Nacional”(Luis Antonio Restrepo, Literatura y Pensamiento, 1946-1957).
Sesenta y
ocho años después de este episodio
de censura, la acción de un cruzado medieval y la anuencia
de un abúlico rector
me están expulsado de estos mismos claustros
universitarios donde han transcurrido más de las 2/3 partes de mi vida primero
como estudiante y después como profesor.
Parafraseando las vibrantes
palabras del rector de la Universidad Nacional Autónoma
de México, Javier Barros Sierra,
cuando fue agredida la autonomía
universitaria en 1968,
como un oscuro
presagio de lo que sucedería
dos meses después
en la noche de Tlatelolco, quisiera
decirle a todos y a todas las/los
profesore/as, estudiantes y trabajadores de las universidades públicas del país: “Hoy es día de luto para la Universidad; la autonomía está amenazada
gravemente [...] debemos saber dirigir nuestras protestas con inteligencia y energía [...] La Universidad es lo primero [...] ¡Viva la
Universidad Pública! Viva
la autonomía universitaria!
Miguel Ángel Beltrán Villegas
Miguel Ángel Beltrán Villegas
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