martes, 16 de septiembre de 2014

Te cuento desde la prisión - Crónicas de Cárcel

Te cuento desde la prisión es la historia de Fredy Cortés Urquijo*, víctima de un falso positivo judicial y prisionero político, que como tantos académicos partidarios de la oposición y perseguidos por su pensamiento crítico en contra de las “políticas oficiales del Estado Colombiano” ha sido judicializado por los delitos de “rebelión” y “concierto para delinquir”.

Fredy Julián Cortés Urquijo es Ingeniero Mecánico de la Universidad Nacional y en el momento de su detención se desempeñaba como docente de la misma Universidad. Destacado activista estudiantil y Profesional comprometido con la transformación social, con una destacada formación ética, técnica y humana donde se resaltan sus trabajos e investigaciones para la agroindustria a través de proyectos financiados por Colciencias en convenio con Corpoica, la Universidad Nacional y la Universidad Industrial de Santander. En el 2001 recibió el premio Simón Bolívar por haber obtenido el mejor puntaje en el examen de educación superior ECAES.

Fragmento:
"Años atrás había escuchado historias de las torturas a las que nos sometían a los presos políticos y yo francamente esperaba un desenlace similar; sin embargo esto ha cambiado, no por la voluntad y la generosidad de las instituciones oficiales, más bien gracias a la larga lucha de denuncia que han realizado los organismos defensores de derechos humanos nacionales e internacionales. Los estados, en particular el estado colombiano, se cuidan de realizar este tipo de acciones represivas, no del todo suprimidas, valga aclarar.

Mi captura aparentemente legal, fue a la vista de muchas personas, se me respetaron mis derechos humanos y por fortuna no fui un número más en las estadísticas de desaparecidos o de ejecuciones extrajudiciales, mal llamadas “falsos positivos”. Esas historias de todos modos seguían rondando en mi cabeza y seguía preparándome psicológicamente para un interrogatorio bajo cualquier tipo de presión; pero como mi proceso, considerado como un “falso positivo judicial”, era un impresionante montaje, asumo yo que el organismo investigador sabía de antemano que no me podrían sacar ninguna información por la sencilla razón de que en realidad: no sabía nada.

La audiencia de control de garantías empezó. El fiscal tomó la palabra y expuso largamente los supuestos hechos. Según él, yo participaba en un plan terrorista para atentar contra el presidente de ese entonces, cuando viajara en el avión presidencial y, otros supuestos atentados terroristas. Los cargos: rebelión y concierto para delinquir con fines de terrorismo. Quedé muy sorprendido de todas estas falacias. El tiempo de condena al cual estaba llamado eran alrededor de 15 años.

Unas semanas después de recibir mi condena, sólo por rebelión, me enteré que esta es una táctica tradicionalmente usada por los fiscales para “asustar” al sindicado e incidir en una rápida aceptación de cargos para agilizar diligencias, en una institución extremadamente saturada de casos por resolver. Trampa en la que caí ingenuamente aceptando el cargo de rebelión 15 días después en un preacuerdo con la fiscalía, teniendo en cuenta que en las cárceles purgan condenas muchos inocentes y que de un gobierno como el de aquel expresidente se podría esperar muy poco para salir librado de esa situación.

La juez encargada supuestamente de garantizar el debido proceso, se explayó en un discurso moralista atacándome, diciéndome que ¿cómo era posible que quisiera acabar con la vida del presidente? ¡No solo la humanidad del primer mandatario, también la vida de la tripulación del avión! y un largo etcétera.

Mi abogado callado, tal vez por estar acostumbrado a estas diligencias, no decía nada. Yo lo miraba y me preguntaba: si esta es mi defensa inicial, ¿cómo será el proceso? Entonces decidí hablar:

- Perdón, señora juez, pero usted está asumiendo como verdad lo que dice el señor fiscal, basado en imputaciones falsas y que están por comprobarse. Se supone que hasta que no se demuestre lo contrario debo ser considerado inocente.

Me di cuenta que esa famosa frase solo se cumple en las películas, porque esta señora “administradora de la justicia” y juez de “control de garantías”, dio por hecho que yo era el autor de todos esos supuestos hechos. Para colmo de males, fui capturado cerca de las 9 de la noche, situación que había sido ilegal, pero que mi abogado pasó por alto y ante esa irregularidad la juez no se pronunció, teniendo en cuenta que uno de sus deberes, como su cargo lo amerita, es garantizar la no violación de los derechos del capturado ni de la ley.

Atónito por lo que ocurría, fui sacado al finalizar la audiencia y dirigido a la Fiscalía General de la Nación. Allí pasé la segunda noche.

Permanecí solo en una celda con baño para 4 personas y una zona de televisión donde una luz halógena duró encendida toda la noche. Recordé en ese momento la situación, muy similar seguramente, de Ricardo Palmera en una cárcel norteamericana.

Por lo que pude percibir cuando entré al búnker de la fiscalía, era un sótano; sus muros construidos con gruesos bloques de piedra y las celdas con macizos barrotes de acero de 1 pulgada, separados cada 10 cm, hacían pensar que se trataba de una prisión de máxima seguridad. La luz natural no entraba por ningún lado. Dos cámaras vigilaban mi sueño y mis movimientos. Parecía estar en algún salón de la Universidad Nacional donde según me cuentan han  instalado cámaras de vigilancia.

En la mañana encendí el televisor justo en las noticias de las siete; nuevamente sorprendido vi cómo en este país se pueden contar noticias falsas sin que ningún periodista se ruborice, y cómo se puede condenar y atribuir delitos a un ciudadano sin haber sido vencido en un “juicio justo”.

Según afirmaron la televisión y la prensa escrita, en mi computador estaban los planos del aeropuerto de CATAM y fotos del avión presidencial, además contenía “valiosa información” que las autoridades estaban analizando. Intenté recordar en qué momento de mi vida me fui a tomar fotos por esos lados. Pero no, echando cabeza, las únicas fotos que intentarían mostrar algún perfil subversivo a mi vida serían algunas del Che Guevara bajadas de internet y hasta donde sé, eso no es delito. Para ser sincero, sentí un temor grande al acordarme de aquellas fotos íntimas que días antes, mi compañera y yo nos hicimos, como muchas parejas lo hacen. ¡Uno nunca sabe qué tipo de reacción puede generar una obra artística de tal envergadura! Luego de mi condena, el fiscal devolvió mi computador porque la policía judicial (CTI) no había encontrado información relacionada con mi supuesta pertenencia al grupo armado ilegal.

Ante la situación que se presentaba, temí también por mis libros, un poco exagerado ahora que miro hacia atrás. Pero como en este país del sagrado corazón todo es posible, cuando logré hacer mi primera llamada, la hice a un amigo y le hice entregar de parte de mi compañera una buena parte de mis libros recopilados durante años: tres tomos de las obras completas de Lenin, Al pueblo nunca le toca de Álvaro Saloom Becerra, uno de los infinitos tomos de las obras completas de Mao Tse Tung, Las venas abiertas de América Latina, La ideología Alemana de Carlos Marx, el Manifiesto del partido comunista, poemarios de Mario Benedetti, algunos de Alfredo Molano como Trochas y fusiles y Penas y cadenas, entre otros; literatura típica de un activista estudiantil.

De todos modos, por si las moscas, le dije que los regalara, quien sabe que puede pensar un agente policial o un investigador del CTI con tamañas pruebas que podrían demostrar irrefutablemente mi pertenencia a un grupo insurgente; además, como últimamente nuestros legisladores andan tan interesados en llenar las cárceles, no sería raro que hicieran una lista de libros prohibidos e ilegales.

El tercer día fui conducido a la cárcel “La Picota”, este sería mi hogar en los próximos meses. Luego de la tradicional requisa fui conducido a “la perrera”, una jaula sin techo donde nos meten a los nuevos presos, fui peluqueado por un interno con la “cero”, casi calvo. Entré a una oficina oscura de muros manchados por infinidad de dedos humanos que en algún momento pretendieron dejar su marca para la posteridad.

Un amable guardián me tomó las huellas, fotos de perfil, de frente con el letrerito -como en las películas- cuyo número a partir de ese momento sería mi nueva identificación, y para algunos guardianes o personal administrativo mi nombre, que ilegalmente cambiarían por el que mis padres con esfuerzo habían escogido y que con amor me habían bautizado. El guardián me pregunta mi delito: rebelión. Yo le amplío, sin que me lo preguntara, un poco mi historia que él, al parecer, ya había escuchado por los medios.

- Ya con usted son varios los de la Universidad Nacional- me dijo, definitivamente en este país no se puede pensar distinto.

Había aproximadamente unos 30 internos ingresando a La Picota, nos llevaron a la “Junta de Patio”, allí varios guardianes, algunos psicólogos, -según decían- definirían teniendo en cuenta el perfil, en qué patio deberíamos vivir cada uno de nosotros. Unos muchachos vestidos de civil que visiblemente eran prisioneros tenían acceso a ese sector. Se me acerca uno que me dice:

- “Camarada”, lo estamos esperando. Pida para el cuarto.

Yo tratando de demostrar mi inocencia y un guerrillero que nunca había visto en mi vida me trataba fraternalmente como uno de los suyos. Por supuesto, a pesar de ser visiblemente inofensivo, no era conveniente confiar en nadie, así que cuando los de la junta me preguntaron en qué patio quería vivir, dije:

- Déjenme en el patio de los presos políticos.

Este episodio me hizo ver que gracias al despliegue mediático, de ahora en adelante sería tratado por muchos como guerrillero. En realidad, tan solo llego a ser un militante o activista de izquierda, un ingeniero social como siempre he dicho. Ser guerrillero requiere unas cualidades que no tengo.

Empezaron luego a sacarnos de “la perrera” para distintos patios. Vinieron por mí pero en vez de entrarme a los patios de mediana seguridad fui llevado al patio de Alta Seguridad PAS A. Supuse que dado el despliegue de fuerza utilizado para mi captura, yo debía ser muy peligroso. Cerca de 30 uniformados de todas las siglas posibles (FFAA, CTI, DAS, DIJIN, etc.), dos días antes me habían capturado en un operativo. Toda esta parafernalia justificaba entrar a este patio. Esa noche fue la primera en Picota y el inicio de un sinnúmero de experiencias que sin duda marcarán mi vida y de las cuales he sacado valiosas enseñanzas".
 Leer "Te cuento desde la prisión" de Fredy Cortés Urquijo:

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